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“Lo que nadie dice, pero muchos sienten: la cultura del silencio en los equipos”

  • Foto del escritor: Paulina Degetau
    Paulina Degetau
  • 21 may
  • 3 Min. de lectura

Hace rato platicaba con una amiga sobre la dinámica en su equipo de basketball. Me contaba que, al inicio, todas habían acordado jugar la misma cantidad de tiempo. Para lograrlo, harían cambios cada cinco minutos. Pero en pleno partido, una de sus compañeras decidió quedarse fuera solo dos minutos y la sacó a ella, rompiendo el acuerdo.


Al final, las dos que “lideran” al equipo dijeron que tenían que ser estratégicas. Que las mejores debían jugar al final. Y que las demás debían ceder su tiempo “por el bien y el éxito del equipo”.


Mi amiga me decía que eso la hizo enojar. No solo por quitarle tiempo de juego y romper lo pactado, sino porque la hicieron sentirse “pequeña” y “mala”. Me confesó que ya no se estaba sintiendo cómoda. Que había dejado de disfrutar un deporte que antes le encantaba, porque ahora jugaba desde la sobreexigencia. Al menor error, se autocastigaba. Le pregunté por qué no decía nada, y me respondió que le daba flojera tener que ser esa persona. Que no entendía por qué nadie más hablaba. Que seguramente ella era la única sintiéndose así, y que no quería “armar drama”.


¿Te suena?


Lo cierto es que este fenómeno no es exclusivo de su equipo de basketball. Es algo muy común en los grupos sociales.


Los estudios de Asch (1951) y Sherif (1936) nos explican cómo las normas sociales y la presión por encajar afectan profundamente el comportamiento individual dentro de los grupos.


El miedo a hablar, proponer ideas o mostrarse vulnerable puede explicarse por esa necesidad de ajustarse a las normas implícitas: no mostrar debilidad, seguir al líder, no cuestionar decisiones.


Este tipo de conformidad puede dar lugar a un fenómeno conocido como la espiral del silencio (Noelle-Neumann), donde las personas callan por miedo al rechazo o a la desaprobación.


Y es evidente que mi amiga está atrapada en una espiral del silencio.


Pero también me hace pensar: ¿En cuántos otros espacios de nuestras vidas nos pasa lo mismo? En esos momentos donde no queremos ser los que hablan. Los que se lanzan. Los que incomodan. Los que terminan siendo mal vistos.


¿Y cómo afecta eso a los grupos y a las personas que los conforman?


Porque sí, jugar con la cabeza en vez de con el corazón... es horrible. Le quita lo divertido al juego. Y también a la vida. Esta espiral del silencio hace que ignoremos lo que sentimos o creemos, solo por querer encajar. ¿Pero a costa de qué?


Y lo más grave: esta conformidad puede llevarnos a escenarios aún más oscuros. ¿Cuántos países se han ido a la guerra porque unos pocos decidieron, mientras la mayoría callaba por miedo a represalias? Okay, probablemente detener una guerra es un poco más difícil. Pero la paz no solo se construye evitando guerras.


La paz se construye todos los días. En nuestras casas, en nuestras oficinas, en nuestros equipos, en nuestras conversaciones.


¿Cuántos abusos se toleran en las empresas porque la regla implícita es: “si nadie dice nada, nadie pierde su trabajo”?


La verdadera paz nace en nuestras relaciones cotidianas. Y se construye rompiendo la espiral del silencio.


A veces basta con el coraje de una sola persona que se atreve a levantar la voz. Que propone nuevos acuerdos. Que dice: esto no está bien. Aunque le tiemble la voz. Aunque tenga miedo al rechazo.


Y otras veces, el cambio puede venir desde el liderazgo. De líderes que se atreven a romper la espiral, que no esperan a que otros hablen, sino que abren el espacio para escuchar lo que todavía no se dice.


Por eso necesitamos líderes empáticos. Con el valor de escuchar, incluso cuando su equipo guarda silencio.


Y esto no va solo de paz. También va de dinero (para los que piensan en términos económicos).


Porque si tu gente está incómoda, se va. Y eso cuesta: talento perdido, rotación, baja productividad.

Si tu equipo no se siente escuchado, no dará lo mejor de sí.

Si siente que solo se puede crecer compitiendo, no colaborará. Y sin colaboración, todo se tambalea.


Así que toca reflexionar: ¿En qué espirales del silencio estamos metidos? ¿Y en cuáles tenemos la oportunidad de hacer algo diferente?


Porque déjame decirte una última cosa: Cuando una persona se atreve a hablar, inspira a otras a hacer lo mismo. Y luego otras. Y otras. Hasta que algo cambia.


Así que, levanta la voz. Sé esa persona. La que rompe con la conformidad. La que cuestiona, propone, conversa. Aunque no sea fácil. Te aseguro que no estás solo/a.


Y si resulta que sí… entonces quizá valga la pena preguntarte si ese es un grupo al que realmente quieres seguir perteneciendo.

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